Existe la creencia de que San Bartolomé, patrono de los encuadernadores, ofrece a cada alma, poco antes de nacer, dos libros.
El primero está protegido por unas cubiertas de cuero marroquí, con filigranas de oro y papel de Holanda; el otro se presenta en piel de cabra, sin siquiera curtir, tampoco un solo grabado. Tras haber elegido uno, el alma se encarna en el mundo de los vivos, donde al fin podrá abrirlo.
Quienes eligieron el tomo de hermoso aspecto, descubrirán que ya existe un texto en su interior, una novela donde se revelan todos los pasos que se darán en esta vida, un inventario de acciones que deberá de seguirse al pie de la letra hasta el fin de nuestros días. Cuando la muerte venga a visitarnos, la encuadernación del libro estará deteriorada de tanto uso, las páginas se habrán soltado y las letras apenas serán visibles.
Quienes optaron por el segundo volumen, encontrarán un sinfín de páginas en blanco que deberán de ir rellenando con las decisiones que tomen libremente, eligiendo en cada momento hacia donde encaminar sus existencias, haciéndose desde el primer instante dueños de sus propias vidas. A medida que las páginas vayan siendo escritas, el libro irá adquiriendo, casi por arte de magia, un aspecto más lustroso, las cubiertas parecerán haber sido encuadernadas en los mejores talleres del mundo y las filigranas despertarán la admiración de los grandes grabadores de la historia. Al final, cuando el cuerpo suelte su último aliento, el tomo será tan hermoso y contendrá tales proezas que pasará a formar parte de la gran Biblioteca del Conocimiento Humano.
Fuente: Leyenda sacada del prólogo del libro “La encuadernadora de libros prohibidos” de Belinda Starling
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